Yo hoy en día no tengo una
soledad , yo tengo muchas soledades y cada una de ellas tiene su calidad y sus
atributos. La mayoría de mis soledades,
yo mismo me las invento; otras, los dioses me las regalan.
Cada una de ellas tiene su
encanto y al mismo tiempo su amargor… un amargor que degusto a veces como
medicina. Medicina que no cura nada pues
vuelvo a estar solo, a respirar el silencio de mis madrugadas.
Es muy triste sentirse solo
en medio de una muchedumbre por eso prefiero mi soledad pura: Yo y mi nada.
Así, si acaso cayera esa
lágrima se sentiría también sola, sin nadie que la secara.
Practicar la soledad es
prepararse para la muerte, la soledad última y definitiva. Es también desearla
pues es paz y descanso y ya el aire no pesa, ni duele el pecho, ni se cierra la
garganta. Pero esta nada de mis ahoras tiene un silencio y no es agradable; es
monótono, de un morado sutil, de un timbre cruel, incansablemente cruel. Por eso, cuando ya sin físico que pueda
recoger las ondas del aire, habrá otra nada más noble y verdadera.
Esta nada de hoy es engañosa
pues hay algo en ella… No obstante es mía, y mientras que la tenga tendré algo.
Por eso no puedo odiar a mi soledad pues sin ella me obligo a salir al mundo y
no tengo excusas para el sueño, para el abandono, para sumergirme en esa
verdadera nada. Me arropo en ella, pues, y quedo dormido en su silencio gris
que me sirve de manta y de almohada. Si acaso, odio la mañana, el nuevo día
donde he de pretender otra vez que tengo fuerza y a veces hasta pretendo que
tengo compañía.
Con mi soledad tengo
esperanzas de alcanzar esa eternidad una vez y de por todas… ¡Ay! ¿Por qué se
tarda tanto?
¿Y habrá alguien que me eche
de menos?
Si me dejaron solo cuando
estaba solo, si nadie vino a recogerme, nadie a secarme esa lágrima, si nadie
llamó a mi puerta, si nadie preguntaba, si nadie se dio cuenta... ¿Qué harán cuando me haya ido?
Y a mí… ¡qué se me importa!
Domingo Martin C.