Háblame en un murmullo de tus
besos, pero no digas de ellos demasiado, solamente cuéntame lo necesario, aquello que haga
despertar en mí las ganas de conocerlos.
Dime, por ejemplo, si tus
besos tienen un color especial, si tus besos de lunes son iguales a los del
jueves y del viernes.
Cuéntame si tus besos son de
hielo o capaces de derretir al mismo sol.
Aprovecha el tiempo y dime si
cuando besas, dejas tu alma en cada beso, y si en tus besos nocturnos te esmeras
tanto como un artesano en sus obras.
¿Es cierto que puedes besar
piedras y transformarlas en pájaros? ¿Es verdad que el sabor de tus besos dura
para todas las vidas?
Dicen que pintaste con tus
besos los cielos de París, dicen que hasta lograste oscurecer las estrellas con
uno solo de todos tus besos. No sé cuán grandes sean los cielos de París, ni si
las estrellas brillan tanto, pero a mí me alcanza con que tus besos despejen
algunas nubes de mi otoño y prendan las luces donde otros las han apagado.
Lo único que te pido es que
no me digas que tus labios se mueren por tocar los míos, de esas historias ya
no me fío.
Créeme que creeré en
cualquier magia que digas que tus besos hagan; que puedo creer que tus besos
alcanzarían para alimentarme el resto de mis días.
Si has llegado hasta aquí,
sin conocer mi boca, podrías llegar más lejos aún, sin siquiera extrañarla.
Domingo M.C.
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