Es muy fácil sufrir. Al nacer
lo primero que hacemos es llorar, llorar justo antes de respirar. Y es ahí
donde comienza todo. Para mostrar nuestra inconformidad cuando tenemos hambre,
cuando tenemos frío, cuando tenemos sueño, cuando nos sentimos mal. Venimos
programados para llorar por lo que sea y, es así, como aprendemos que sufrir es
tan fácil como natural.
Lo verdaderamente complicado
es ser feliz. La felicidad es algo que día con día se busca, se intenta, se
idealiza. Y claro, cuando fracasamos en los intentos de llegar a esa felicidad
de la que todos hablan, es cuando volvemos a la raíz, caemos en lo básico, lo
sencillo, lo poco exigente que es sufrir.
Sin embargo, el sufrimiento
colectivo más maravilloso que puede haber, es por amor.
Porque ella te cae gorda,
porque las niñas son tontas, porque no te presta sus juguetes, porque no quiere
jugar contigo, porque te picó los ojos, porque te tiro de el pelo, porque ya no
te hace cartitas, porque le gusta tu mejor amigo; porque prefiere jugar fútbol,
que estar contigo; porque no te ha llamado, porque coquetea con todas, porque
sale mucho de fiesta, porque quiere que sean sólo amigos, porque te cae mal su
“mejor amiga”, porque no va a verte jugar, porque bebe mucho, porque fuma,
porque no lee, porque trabajan juntos, porque no tiene un trabajo, porque no
contesta tus mensajes y ya los leyó. En fin, por todo, sufrimos por amor.
La cuestión es que, sin
importar cuál sea la razón del sufrimiento amoroso, es el más noble que hay, el
más sincero, el que duele, el que cala, por el que vale la pena llorar, por el
que vale la pena sufrir, por el que vale la pena vivir. Y, a final de cuentas,
amor no es sólo una palabra. Amor no lleva acento y vivimos acentuando cada una
de sus letras, porque con cada letra se ama igual.
Me preguntaron por mi sonrisa
y, sin darme cuenta, empecé a hablar de ti. De tu boca chiquita, de tus labios
bonitos. De tu mirada tan tierna y tu sonrisa perfecta.
Hablé de esos ruiditos que
haces antes de dormir, cuando te acuestas sobre mi pecho.
De ese beso que nunca se nos
termina. De las eternas despedidas con ganas de no tener que decirnos adiós.
Que te molesta el frío y te
incomoda el silencio. Que no importa lo que hagas, siempre te ves tan bonita.
En fin, hablé de ti, hablé de
todo y, sin darme cuenta, seguía sonriendo.
Domingo M C
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