Los cuentos saben a poco
cuando de imaginarte se trata. El sol alumbra tarde la soledad que dejas al
marcharte. El viento se lleva lento el último aroma de noche de la habitación.
Y esa lentitud me ahoga poco a poco al no poder dejar de respirar tu perfume.
La sonrisa aparece borrada de mi rostro de alma solitaria y la copa de vino de
la última celebración todavía continua a la luz de la luna. La alegoría del
amor que recuperamos de nuestra juventud todavía permanece en el ambiente, y te
puedo asegurar que aunque a veces me encantaría deshacerme de ella, no abro las
ventanas para que no se esfume. La cama continúa deshecha, sin haber movido ni
siquiera las sábanas, y tu camiseta arrugada por la pasión sigue todavía en el
suelo. Todo está tan intacto en mi sueño, tan perfecto, como si acabásemos de
despertar de la velada, como si todavía estuvieses de pie frente a la ventana
mirándome mientras despierto. Y es ahí donde me coloco, tumbado en nuestro nido
de caricias, intentando buscar tu silueta entre los rayos de luz que irrumpen
cegadores. Pero no hay cuerpo que los obstruya, que impidan que entrecierre los
ojos para seguir intentando buscarte. No estas tú. Tú has decidido seguir con
tu vida, que aunque no es idílica, es bella. Y yo, no puedo volver a la mía, porque
me he quedado atrapado en este paréntesis de tiempo. Me extrañan, ¿sabes? Llevo
días sin dejarme aparecer por casa. He pensado en llamar y decir que estoy
bien, pero no puedo mentir, no lo estoy. He pensado también en llamarte a ti y
suplicarte que vuelvas, que vuelvas conmigo aquí, a esta ruptura de nuestras
historias, a este prólogo escrito en medio del libro. Pero no lo hago porque tu
respuesta me desgarraría más de lo que lo ha hecho tu partida. Te has ido de manera silenciosa, y sería más
doloroso escuchar el sonido de tu voz en un adiós. El error durante este tiempo
no ha sido recordarte, ni ha sido pensar de vez en cuando en ti. La
equivocación ha llegado con el naufragio de nuestros desnudos, con el vaivén
inesperado de la pasión vivida como un solo cuerpo..
Domingo M C.
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