No sé si es tu recuerdo o mi
engaño disfrazado de nostalgia, pero me paso las noches buscando tu olor entre
las sábanas, aguantando las lágrimas con tus iniciales grabadas, regalando
sonrisas a desconocidos. No logro verte y, sin embargo, no puedo evitar
sentirte en todas partes.
Llevo horas buscando una
explicación lógica a tu reproche a haberme dado esa oportunidad a tus abrazos
perdidos; a tu gran lejanía; a tu “te quiero” destronado vistiéndose de
orgullo, mostrando una felicidad que ojalá no fuese falsa para destruirme del
todo y empezar de cero. Llevo horas reprimiendo las ganas de escribirte, de
suplicarte que vuelvas y me agarres con fuerza contra ti, de pedirte que jamás
vuelvas a marcharte.
Llevo minutos tratando de
enfocar mi desdicha en unas líneas, mi locura y tristeza en unos párrafos,
mirando por la ventana cómo la luz va cambiando su dirección y el viento va
barriendo las hojas caídas.
Y en los últimos segundos,
éstos durante los cuales escribo, mi cabeza sólo repite una cosa: olvídala, se
acabó.
No estabas hecha para mí.
Pero lo peor, lo que duele, lo que enjaula, lo que muerde con rabia es que yo
nunca fui para ti.
Hasta siempre, amor.
Domingo M.C.
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